He apelado a los dioses penates; he hecho autosacrificios tan feroces como los mesoamericanos; me he rapado y le he ido al América, para ver si las musas eran generosas con este espíritu estragado por la estulticia, pero no hallé sosiego. La mano, perezosa, se negaba a seguir cualquier orden del cerebro, que por otra parte, mísero y pazguato por sí, no hilaba con orden y concierto. He ahí que tuve que generar estas infames líneas, con el propósito de arrancar una compasiva sonrisa a mis seguidores, y heme aquí, postrado ante el dios lector (que Dios le de larga vida) para recibir tan siquiera, las migajas de su comprensión. Salud!
I
Robert Bernard Altman (Kansas City, Missouri, 20 de febrero de 1925 - Los Ángeles, 20 de noviembre de 2006), fue un director de cine que realizó una gran cantidad de películas, entre las cuales las más famosas son: MASH y Gosford Park. Hoy nos ocupa un filme realizado en 1996, que lleva por título Kansas City. Es una recreación, mediante una historia deleznable y bizarra, de la vida de gansterismo político, mafias y jazz, en esta ciudad y puerto donde confluyen el Kansas y el Missouri. Si se recuerda el capítulo 8 del Ken Burns’s Jazz (esa maravillosa serie basada en los más comunes clichés) se habla de Kansas City como de una ciudad animosa aún en la época de la depresión de la economía estadounidense, en los años 30. Es en esa ciudad donde se construirá un sólido swing basado en el blues de 12 compases. Pues bien, Altman construye su narración fílmica precisamente tomando el contexto del jazz. La historia es muy simple: un tipo de poca monta le roba un dinero a un gánster negro de poca monta, el cual lo secuestra para darle una muerte de poca monta mientras la noviecita de poca monta (del tipo de poca monta) secuestra a una mujer drogadicta, esposa de un politiquillo de poca monta. Resultado: el tipo y su noviecilla reciben una muerte de poca monta, mientras la mujer drogadicta y el gánster negro siguen con sus vidas de poca monta. El filme resultaría infumable si no fuera porque Altman AMABA el jazz. Y si hizo la película fue también para hacer del supuesto contexto EL TEXTO de su historia. La música y la calidad de cada uno de los músicos invitados (cuyas colaboraciones se recogen en uno de los mejores soundtracks de todos lo tiempos) son de nivel mítico. Robert Altman, director oficioso y eficiente narrador, creo yo, se dio cuenta de la debilidad del argumento y no le importó. Su homenaje a Count Basie, Bennie Moten, Mary Lou Williams, Lester Young, Coleman Hawkins, Walter Page y Ben Webster debió de haberle bastado. Hoy la película es de culto, desde luego, porque semejante homenaje nada ni nadie lo podrán igualar. Y desde luego, no seamos injustos, tiene escenas contundentes, como la del final, donde el gánster negro Seldom Seen (interpretado por Harry Belafonte) está contando dinero a altas horas de la madrugada, mientras que unos cuantos músicos cierran la última jam session: son Christian McBride y Ron Carter en un duelo de bajos acompañados por Don Byron en el clarinete, más Cyrus Chesnut en en piano y el constante Victor Lewis en la batería. El tema que interpretan en esa ocasión es “Solitude” de Duke Ellington. La escena es maravillosa, y vale por toda la película.
II
Trivia: ¿Cuál es la capital del estado de Kansas?
III
Abundando en un tema de nuestra colaboración pasada, ¿cuál es el secreto del rock? Desde que se inició este genero musical (allá por los años 50) ha conservado su forma básica y con la condición sine qua non, de ser música que representa, que consume y que ejecuta la juventud (¡órale!). Es una manifestación que ha enriquecido a más de una compañía discográfica. El rock representa ni más ni menos que la gallina de los huevos de oro (que no se debe confundir con el Gallus aureorum ouorum de Monterroso). Estas etiquetitas elevadas a nivel de categoremas son en el fondo una estupidez, tales como “moda retro”, “neogótico”, “deathmetal” “emo” (vaya imbecilidad) y otras verdaderamente inaguantables que, eso sí, tienen sus legiones de expertos, quienes se pueden dar en la madre por defender a sujetos que no tienen la más pajolera idea de la vida de sus fans (ni les interesa, claro. Esto también es cierto para el futbol). A mí siempre me ha gustado el rock, y creo que si quiero seguir siendo joven (aún siendo un viejo ridículo como lo soy) me seguirá gustando, pero ya me hartó el ser objeto de un mercado frío e indiferente, que le importa un comino el gusto, sino que más bien pretende controlarlo. Prefiero un millón de veces adquirir libros que discos, así de sencillo.
IV
Hasta mejores tiempos, amigos, a ver si el cerebelo se me ilumina; en tanto, apelamos a su siempre generosa benevolencia.