domingo, 6 de mayo de 2007

ESTE POSMODERNISMO NUESTRO DE CADA DÍA ( Apuntes Oligofrénicos)


Hace ya mucho tiempo —y a raíz de pláticas que sostuve con mis amigos Jonatan Gamboa y Sergio Serrano en las cuales saltaban a la palestra varios y sabrosos temas— me ronda en la cabeza esta palabra de “posmodernismo” que, según recuerdo, decíamos que no era propiamente un concepto de análisis sino más bien una etiqueta que servía para englobar dispersos fenómenos culturales del mundo contemporáneo. Hoy esa mi antigua opinión la he puesto en epogé sobre todo porque me han saltado ciertos acontecimientos que me parecen definidores tanto de una actitud “antimoderna” como de una conducta “posmoderna”. Trataré de ser lo más claro posible para que el amigo lector pueda seguir una línea que he tratado de realizar para dar orden a mis caóticos pensamientos.
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1.- Una vez mi esposa, Claudia, me dijo que en esta época ya no hay espacio para la nostalgia. Tiene toda la razón. Este capitalismo en el que vivimos ha convertido todo en mercancía, y desde luego los productos artísticos entran en esa transformación. Y se han convertido en objetos de producción masiva y en serie. Pero los objetos siguen conservando un cierto estatus de “fetiche”, dado que son reproducciones de obras de arte. He ahí el fenómeno: un disco que contenga “La ofrenda musical” de Johann Sebastian Bach se aprecia más que, por ejemplo, un disco de Maná, porque: a) La fama del compositor y de la obra misma están abalados por la tradición de la Historia; b) porque los intérpretes necesitan y exhiben una profunda preparación técnica (“son músicos de verdad”); c) porque la música barroca es arte. Los tres argumentos son deleznables por sí mismos, ya que si bien un músico que interprete a Bach recibe por eso su aureola de artista, también es cierto que muchísima gente vive sin conocer estos “criterios” y es perfectamente feliz escuchando a Maná o a los Tucanes de Tijuana (tengamos en cuenta que hay óperas con letras verdaderamente estúpidas y canciones pop rebosantes de poesía). Pero lo interesante es eso, precisamente, que podemos escuchar perfectamente y al mismo tiempo a Bach que a Maná, lo mismo que se puede tener la reproducción de una pintura del Bosco, de Goya, de Orozco o de un tapiz huichol, o en la biblioteca pueden compartir el estante Julio Cortázar y Carlos Cuauhtemoc Sánchez o Paolo Coelho (¡Dios nos asista!).
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El presente es un dique en el que se contiene absolutamente toda tradición cultural de la humanidad por la reproducibilidad. Ahora podemos quedarnos en casa tranquilamente y en una fiesta poner los tangos de Gardel, la trompeta primigenia de King Oliver, “El rey Esteban” de Beethoven, o ver un video de la Tigresa de Oriente. Me explico: en épocas anteriores los contemporáneos de cada época eran felices dentro de los parámetros estéticos creados por esa sociedad, no tenían que recurrir a nostálgicas interpretaciones del pasado. Alejo Carpentier, en su muy notable “Concierto barroco” hace decir tanto a Vivaldi como a Haendel (y en contra de Stravinsky), que ellos eran más modernos que el compositor ruso porque no tenían que escribir música como escribían los antiguos. Y no puedo resistir la tentación de citar a Christopher Small, auntor de “Música. Sociedad. Educación”: Una obra de arte tiene su momento de gloria mayor en el momento de su creación, independientemente de que su propia época se la reconozca o no; sirve a su tiempo quizá durante muchas generaciones y, amorosamente, se le ha de permitir que muera”. Dice Small que es condición sine qua non el hecho de que las obras de arte perezcan, como también termina la vida, porque el fin supone también una regeneración tanto de vivientes como de procesos creativos.
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Esta opinión, durísima, va en contra de esa predisposición nuestra a la inmortalidad, tanto nuestra como la de los grandes genios, y esa esperanza de no morir jamás se alimenta gracias a la reproducibilidad del capitalismo. Estos problemas de la reproducibilidad de la obra de arte habían sido tratados con cierta preocupación por personalidades como Theodor Adorno y Walter Benjamin, entre otros. Sus conclusiones iban por el camino de desmitificar a la obra de arte como espécimen único y mistérico. Hoy día podemos tener tranquilamente en casa una colección de libros con las más ilustres pinturas, edificios y esculturas al alcance de la mano. Ya no tengo por qué ir al Louvre. Y puedo tener toda la colección de los Tigres del Norte: el único problema que hay que resolver es el del espacio: dónde voy a meter tantos trebejos artísticos. Pero ahí están, a la mano para mostrarlos y gozarlos en el momento oportuno: cuando la añoranza nos asalta, ahí está la grabación de las Abuelas Mendoza que llenará el vacío creado por una nostalgia que no se deja madurar: ¡Hasta “Remi” ya está en DVD!
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2.- Dice Umberto Eco que un concepto (un signo) recibe su significado cuando éste ha sido determinado como una convención por una sociedad: es una creación cultural. La palabra “posmodernismo” fue un concepto que varios filósofos y artistas han empleado para hacer una necesaria referencia a la “modernidad”. Hasta ahora, y desde que se popularizó por Lyotard, la palabra sirve para significar: a) la vacuidad de la vida, sobre todo de la juventud (o juventudes, me gusta más) y sus tendencias hacia el placer (sobre todo pero no únicamente, el erótico); b) la falta de espiritualidad y la excesiva materialidad de la sociedad occidental contemporánea; c) la incredulidad en esos viejos valores de la ciencia y el progreso como reconocidas vías para llegar a la felicidad; d) en fin, el hartazgo de la sociedad occidental contemporánea hacia sus propios valores y por tanto, el fijarnos en tradiciones culturales más primitivas, “exóticas”, más espirituales y por tanto, más valederas. Fijémonos bien que no se trata de un concepto polisémico: más bien, siguiendo a Eco, no se ha fijado (incluso en plural) su significado de forma social. Es más, ni se ha convertido en un paradigma alla Kuhn. Pero dado que efectivamente vivimos en una época que NO es la modernidad dado que todos los devenires y todas las tradiciones se han estancado en nuestro presente, eso que vivimos tan caótico puede ser la posmodernidad.
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3.- ¿Cuándo surge el posmodernismo? Todo depende de lo que se diga qué es. Dentro de la filosofía, la derrota de la filosofía racionalista ilustrada dará pie al romanticismo, y esa consideración —como hace notar el recientemente fallecido Wolfgang Iser— del descubrir la verdad y percibirla fue sustituida por lo que brillantemente Friedrich Daniel Ernst Schleiermacher estableció como la Hermenéutica: ahora se trata del comprender.
Comprender es acercarnos sin aprehender de forma total la realidad social. La razón como manifestación de la naturaleza dio paso a la comprensión individual de la realidad. Ahí se inició el posmodernimso. Esa nuestra hermeneuticidad, característica ontológica del ser humano, puede servirnos de indicio para guiarnos para la comprensión de la parte filosófica la materia que nos ocupa.
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Creo que el concepto, así como categorema, todavía es débil semánticamente hablando, pero existe, y si no es un concepto de análisis, proponemos convertirlo en tal. Y si no, pos no. Mi cerebro no da para más.

4 comentarios:

Jonatan Gamboa dijo...

Carlos:

Ahora sí me quedé de a seis, muchas ideas y muchos datos. Aunque no entendí todo me gustó y reitero que me gusta tu acidez cada vez más fuerte. Yo también he cambiado mis opiniones sobre el asunto del Posmodernismo y la Posmodernidad, pero no puedo llegar a conclusión alguna aún. Excelente.

galvanii dijo...

Pregunta...la frase: "Posmodernistas mis huev......" podría ser una frase posmodernista ya que implica un total desinteres en dicho tópico?

Es en serio, eh! La pregunta.

Anónimo dijo...

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